Comentario
El éxito de Colón, que aseguraba haber llegado a Asia, provocó la inmediata reclamación de Juan II de Portugal, que consideraba vulnerado el tratado de Alcaçovas-Toledo. Los Reyes Católicos interpretan que ese tratado sólo se refería al espacio africano (contra Guinea), y no a las tierras occidentales, sobre las que alegan su derecho emanado del descubrimiento y primera ocupación -principio del Derecho Romano implícito en las Siete Partidas-. Las negociaciones para un nuevo tratado hispano-portugués comienzan enseguida.
La posición portuguesa contaba con el refrendo moral de las bulas papales, que respaldaban su expansión por las costas africanas "para que el nombre del gloriosísimo Creador sea difundido, exaltado y venerado en todas las tierras del orbe" (Romanus Pontifex de 1455, Inter Caetera de 1456, Aeterni Regis de 1481). Por eso los Reyes Católicos se apresuran a obtener documentos similares del complaciente Papa Alejandro VI (el valenciano Rodrigo Borgia), que concede cuanto piden los representantes españoles. En un tiempo récord de sólo unos meses se promulgan los siguientes documentos pontificios:
1) Breve Inter Caetera (fechada oficialmente el 3 de mayo de 1493; recibida en Barcelona el 28 de mayo), o de donación, que concede a la Corona de Castilla las tierras occidentales que no pertenecieran a otro príncipe cristiano.
2) Bula menor Inter Caetera (fechada el 4 de mayo), o de demarcación, establece una línea en el sentido de los meridianos, de polo a polo, a 100 leguas de las Azores y Cabo Verde, al oeste de la cual la exclusividad castellana sería total.
3) Bula menor Eximiae Devotionis (del 3 de mayo), o de equiparación, concede a los monarcas castellanos los mismos privilegios que tenían los portugueses en sus tierras.
4) Bula Dudum siquidem (26 de septiembre), o de ampliación, extiende las concesiones anteriores a todas las tierras que los castellanos descubriesen a occidente hasta la India.
La negociación bilateral entre España y Portugal, que fue mucho más larga y difícil, aunque sin derivar a un enfrentamiento grave, culminó con el Tratado de Tordesillas firmado el 7 de junio de 1494, en el cual los portugueses renuncian a la partición de los espacios atlánticos en sentido de los paralelos. El acuerdo fue: "que se haga y asigne por el dicho mar Océano una raya o línea del polo Artico al polo Antártico, que es de norte a sur, a trescientos setenta leguas de las islas de Cabo Verde para la parte de poniente, que dentro de la dicha raya a la parte de levante, que esto sea y quede y pertenezca al dicho señor Rey de Portugal y a sus sucesores para siempre jamás, y que todo lo otro yendo por la parte poniente, después de pasada la dicha raya, que todo sea y quede y pertenezca a los dichos señores Rey e Reina de Castilla y de León y a sus sucesores para siempre jamás". Es decir, el meridiano papal se desplaza más a occidente, se mueve de los 37°15' a los 46°37' de longitud oeste, permitiendo a Portugal una mayor comodidad en sus viajes por el Atlántico sur (la volta de Guinea obligaba a adentrarse mucho en el océano para encontrar vientos favorables), así como la anexión de Brasil.
El tratado no evitará futuras discrepancias entre portugueses y españoles: en Asia por la necesidad de fijar el antimeridiano (problema solucionado con la venta de las Molucas a Portugal en 1529) y sobre todo en América, donde la delimitación de la frontera hispano-portuguesa será una permanente fuente de conflictos. La comisión demarcadora fijada en Tordesillas no llegará a establecerse hasta bien entrado el siglo XVIII, cuando habrá varias Comisiones o Partidas de Límites que apenas harán otra cosa que sancionar situaciones de hecho.
Obviamente, ni la donación papal ni el tratado de Tordesillas fueron aceptados por los demás países europeos, y se dice que Francisco I de Francia ironizó sobre el supuesto testamento de Adán que permitía semejante reparto del mundo. Sin embargo, aparte de ironizar, poco se podrá hacer frente a la expansión ibérica del siglo XVI.